martes, 14 de septiembre de 2010

Cuando la cabeza guía al corazón

Se despertó cuando los primeros rayos de sol atravesaron la ventana. Ella aún dormía, utilizando su pecho como almohada. Acarició su ondulado pelo castaño y se embriagó con el olor a canela y sudor que desprendía. Una parte de sí quiso quedarse allí eternamente. La mayor parte de él sabía que no podía ser.
Con infinito cuidado se levantó, tratando por todos los medios de que no se despertara. Al perder el contacto con su cuerpo, su sonrisa se desdibujó y se revolvió un tanto, pero permaneció dormida. Él, con el mismo cuidado, se vistió tratando de no hacer el más mínimo ruido. Por último cogió su espada y la envainó a su espalda. Caminando con pesar se acercó a la puerta. No debía hacerlo. Sabía que no debía. Pero en cuanto puso su mano en el pomo giró su cabeza para verla por última vez. Se estaba estirando, como una gatita. Maldita sea, pensó. Se había despertado y sus alegres ojos aún un tanto adormecidos se clavaron en los de él.
- ¿A dónde vas tan temprano?
- Me gusta empezar el día pronto. – Dijo tratando de contener todas las emociones en su voz. – Así se pueden hacer más cosas.
- ¿Porqué no te quedas un rato más conmigo? El día seguirá estando ahí dentro de un rato.
Negó ligeramente con la cabeza.
- Lo que tengo que hacer corre prisa.
- ¿Y no puedo ir contigo?
- No. – Su voz sonó más fuerte de lo que debía, él mismo se sobresaltó. Ella también. – Es mejor que lo haga yo sólo.
Ella no preguntó más. Así debía de ser. Pensaba en dejarle una nota. En, aprovechando que ya se había despertado, explicarle el porqué. Pero quizás fuera lo mejor irse sin más.
Abrió la puerta y se fue, maldiciéndose. Por ser quien era. Por quién había tratado de ser. Por lo que había hecho. Por lo que iba a hacer. Parecía increíble que un frío y letal asesino pudiera comerse de ese modo la cabeza sólo por una chica.
Entró en el establo de la posada y preparó a Infierno. El bravo semental parecía desear tanto como él salir de allí y volver a galopar libre por los caminos y los bosques. Le dio una palmadita en el cuello y el animal salió con la cabeza bien alta.
Apoyado contra la pared del edificio de enfrente se encontraba un hombre de tez morena, dañada por los golpes y el sol. Resopló. Infierno también.
- Eres un cobarde. Lo sabes. Indigno de ser un auténtico asesino.
Hizo oídos sordos a los insultos y no detuvo al caballo. Sabía que aquel hombre no le dejaría en paz. Acaso no era si no su propia mente.
Un agudo chillido le llegó desde lo alto. No debía, pero volvió a girar su cabeza. El sol se reflejaba de lleno en su cara, mostrando un rostro aún más bello de lo que lo había visto durante la noche. Volvió a maldecirse.
- Si tienes asuntos que resolver en la ciudad, ¿porqué te vas a caballo?
No podía volver a mentir a aquellos ojos verdes. Había alcanzado su propio límite. ¿Qué le iba a explicar? ¿Que la había deshonrado a base de mentiras? ¿Que no era un caballero del ejército de su padre? ¿Que a Infierno lo había conseguido matando a un noble mientras paseaba tranquilamente por el bosque? ¿Que se había encontrado con ella por casualidad mientras trabajaba? ¿Que podría matar a toda su familia por un puñado de monedas? ¿Que si se iba con él nunca más ella podría estar segura?
Ella lo acabaría olvidando, seguro. Él... podría encontrar cien mil mujeres que lo hicieran infinitamente mejor, pero con una ínfima parte de la ternura y la intensidad que ella había puesto, por no hablar de su dulzura y calidez.
Espoleó a Infierno y caminó sin volver a mirar atrás, haciendo oídos sordos a las rogativas de la chica.
Ella sería feliz, su padre le buscaría un buen y atractivo esposo, viviría rodeada de todos los lujos imaginables y tendría, cuanto menos, cuatro hijos preciosos. Él volvería a los bares, las peleas, los asesinatos y, de vez en cuando, los prostíbulos. No volvería a correr el riesgo de enamorarse, a poner en apuros a nadie. Ésa era su vida. Durante la noche había pensado en cambiarla, huir con ella, pues nunca su padre le daría la mano de su hija, y empezar una vida nueva en otra ciudad, tenía una buena cantidad de dinero ahorrado y un buen nivel como herrero, o podría empezar a trabajar realmente como escudero e ir subiendo posiciones. Podría darle un buen nivel de vida. Podrían ser felices los dos juntos.
Como había hecho durante la noche, agitó la cabeza tratando de sacar de allí esos pensamientos. Le daban miedo. Miedo de ser feliz por una vez en su vida. Estaba demasiado acostumbrado a su feliz infelicidad.

6 comentarios:

  1. Alberto:
    Me urge nos comuniquemos. Te invito a ser juez otorgante de tres libros.
    Afectuosamente:
    Arturo

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  2. Felicitaciones por tu excelente trabajo. Estoy divulgando un nuevo blog donde recopilo la vida y obra de un personaje misterioso que quiero dar a conocer. Te invito a visitarlo.
    Saludos y felicitaciones nuevamente.

    Pd: excelente historia.

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  3. Estimado Alberto:
    El plazo para que otorgues los libros está por vencerse. Estamos en contacto.
    Afectuosamente:
    Arturo Juárez Muñoz

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  4. escribes muy bien! te invito a mi blog http://juliofdeltoro.blogspot.com

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  5. Alberto acabo de leer tu escrito, me gusto como tratas el tema que tanto te apasiona.

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